Un águila arpía puede cazar un perezoso justo frente a los visitantes. Un jaguar, eximio nadador, puede cruzar el paso de la piragua mientras atraviesa un río. Hay que estar, durante el día, preparados para lo inesperado. También hay que estarlo por la noche. El lejano pero aterrador llamado del Great Potoo puede dar marco a la aparición de uno de los grandes símbolos de la más viva naturaleza: la rana de ojos rojos. Antes y después: el silencio humano.

El Darién abre la posibilidad de ver casi 500 especies. Algunas son endémicas de una acotada región o muy específicas del lugar (las del famoso Cerro Pirre por ejemplo). Otras, simplemente se presentan accesibles de un modo irrepetible: la majestuosa águila arpía y la esquiva águila crestada. Verlas es un regalo. Fotografiarlas, en las mejores condiciones posibles, es un privilegio. Y casi siempre habrá una bella y especial Gray-cheeked Nunlet exhibiéndose sin apuros.

El Parque Nacional Darién fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1981. Su biodiversidad es famosa en el mundo. Presenta varios ecosistemas que no se acotan a los límites legales del parque y se mezcla sabiamente con las comunidades originarias. Desde el Océano Pacífico hasta el Mar Caribe, su geografía es transitada por una vasta red de ríos y humedales como el de la laguna Matusagartí.

La presencia de la comunidad Emberá-Wounaan, y los aportes de la Guna Yala, llenan de cultura y color a toda la región. Así, sus lugares de vida se convierten en amables ámbitos de convivencia con el visitante deseoso de conocer sus historias, costumbres, artesanados y, muy especialmente, sus relaciones con el rico patrimonio natural en el que están inmersos. Todo hecho con respeto a la generosa apertura de sus hogares.